Recientes estudios científicos han revelado un hallazgo intrigante: los infartos de miocardio que ocurren durante las horas nocturnas o de sueño suelen ser menos dañinos para el corazón en comparación con aquellos que se presentan durante el día. La explicación de este fenómeno parece residir en los ritmos circadianos y la actividad hormonal del cuerpo.
La clave está en cómo reacciona el organismo ante el daño tisular en diferentes momentos del día. Durante el sueño, la actividad del sistema nervioso se desacelera. Específicamente, se ha observado una menor liberación de hormonas del estrés como la adrenalina y el cortisol. Estas hormonas, si bien son esenciales, pueden aumentar el daño celular y la inflamación después de un evento cardíaco agudo, al incrementar la demanda de oxígeno del músculo cardíaco.
Además, los investigadores han identificado un mecanismo de protección celular relacionado con el ritmo circadiano. Existen unas proteínas de reparación y supervivencia celular que son más activas durante la noche. Se cree que estas proteínas actúan como un mecanismo intrínseco de defensa que ayuda a preservar una mayor cantidad de tejido cardíaco funcional y a reducir el tamaño de la cicatriz necrótica que se forma tras el infarto.
En resumen, la combinación de una menor respuesta inflamatoria y la activación de vías protectoras y reparadoras celulares durante las horas de descanso contribuye a que el daño isquémico (falta de riego sanguíneo) sea significativamente menos severo en los infartos nocturnos, mejorando potencialmente el pronóstico a largo plazo.




