La Copa del Mundo de Norteamérica 2026 se perfila para ser la edición más lucrativa en la historia del deporte, con proyecciones de ingresos que superan los 11,000 millones de dólares para la FIFA, marcando un salto financiero sin precedentes respecto a los 7,500 millones generados en Qatar 2022. Sin embargo, este éxito comercial ha desatado una ola de críticas globales debido a que el incremento en los precios de los boletos y el nuevo sistema de precios dinámicos amenazan con transformar la máxima fiesta del fútbol en un evento exclusivo para las élites. Diversas organizaciones de seguidores han denunciado que el costo de asistir a un solo partido en sedes como el Estadio Azteca o el SoFi Stadium ha escalado hasta niveles que superan el presupuesto anual de un aficionado promedio, rompiendo con la naturaleza popular que históricamente ha definido a este torneo.
Las cifras publicadas durante las fases de venta han causado indignación, revelando que los precios se han multiplicado entre cinco y siete veces en comparación con el mundial anterior. Para el partido inaugural en la Ciudad de México, las entradas en categorías preferenciales han alcanzado los 1,825 dólares, mientras que el acceso a la gran final en el MetLife Stadium de Nueva Jersey ha llegado a cotizarse en boletos oficiales por encima de los 6,000 dólares, una cifra que en el mercado de reventa legal e internacional se dispara a decenas de miles de dólares. Ante la presión de grupos como Football Supporters Europe, el organismo rector del fútbol tuvo que anunciar una categoría especial de “grada básica” de 60 dólares para seguidores leales de las selecciones clasificadas, aunque analistas advierten que esta medida representa apenas una pequeña fracción del total de entradas y no logra compensar el encarecimiento general del alojamiento y transporte en las 16 ciudades sede.
El fenómeno de exclusión no se limita únicamente al precio de entrada al estadio, pues la infraestructura turística en México, Estados Unidos y Canadá también ha experimentado una inflación desorbitada ante la demanda proyectada de más de 5.5 millones de visitantes. En ciudades como la capital mexicana y Guadalajara, las tarifas hoteleras para las fechas del torneo han registrado incrementos de hasta un 960 por ciento, creando una barrera económica prácticamente infranqueable para los seguidores locales que deseaban vivir la experiencia en casa. Mientras las autoridades federales de México celebran una derrama económica estimada en 3,000 millones de dólares para el país, la narrativa en las calles y foros de aficionados es de decepción, señalando que el modelo de negocio ha priorizado la maximización de beneficios a través de paquetes de hospitalidad y sectores VIP sobre el ambiente vibrante que suelen aportar los hinchas tradicionales en las tribunas.
A medida que se acerca la inauguración del certamen el 11 de junio de 2026, el debate sobre la “gentrificación del fútbol” se intensifica, cuestionando si el deporte está perdiendo su identidad comunitaria en favor de un espectáculo diseñado para el consumo de alto poder adquisitivo. Si bien la FIFA defiende sus ingresos argumentando que el 90 por ciento de los beneficios se reinvierten en el desarrollo del fútbol mundial, el contraste entre los estadios llenos de sectores corporativos y la ausencia de los sectores populares que dieron origen al juego plantea un desafío ético para el futuro de la competencia. El reto para los organizadores en los próximos meses será equilibrar las cuentas récord con la necesidad de mantener el espíritu inclusivo de un evento que, por primera vez, contará con 48 naciones, pero cuya accesibilidad real permanece en duda para la mayoría de sus protagonistas: los fanáticos.




