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¿Asesinos se hacen o nacen?

La pregunta sobre si los asesinos nacen con una predisposición a matar o si las circunstancias los moldean para convertirse en criminales ha sido tema de debate durante décadas. Hoy, gracias a los avances en neurociencia, genética y psicología forense, la ciencia comienza a arrojar luz sobre esta inquietante cuestión, revelando que no existe una única causa, sino una compleja interacción entre biología y ambiente.

Estudios neurológicos han demostrado que muchos asesinos presentan alteraciones estructurales y funcionales en áreas específicas del cerebro, como la corteza prefrontal y la amígdala. Estas regiones están vinculadas con el control de los impulsos, la empatía y la toma de decisiones morales. Una disfunción en estas zonas puede reducir la capacidad de una persona para sentir culpa, controlar su agresividad o entender las consecuencias de sus actos.

La genética también desempeña un papel importante. Algunas investigaciones han identificado ciertos genes que podrían aumentar la predisposición a conductas violentas, especialmente cuando están combinados con ambientes desfavorables. Uno de los más estudiados es el gen MAOA, apodado popularmente como “el gen guerrero”, que regula la producción de enzimas relacionadas con el control emocional. Aunque su presencia no condena a nadie a convertirse en asesino, sí puede aumentar el riesgo en individuos expuestos a traumas o abusos en la infancia.

En este sentido, los factores ambientales resultan determinantes. La exposición a violencia doméstica, negligencia parental, abusos físicos o sexuales, pobreza extrema y ausencia de vínculos afectivos sanos son elementos comunes en la historia personal de muchos homicidas. Estas experiencias pueden moldear la conducta, deteriorar el desarrollo emocional y generar resentimiento o desensibilización ante el sufrimiento ajeno.

La psicopatía, un trastorno de la personalidad caracterizado por frialdad emocional, egocentrismo y falta de remordimiento, también se asocia frecuentemente con asesinos seriales. Si bien se desconocen sus causas exactas, se sabe que existe una base biológica, pero también influencias sociales que potencian o inhiben sus manifestaciones.

En conclusión, la ciencia sugiere que los asesinos no nacen ni se hacen exclusivamente: son el resultado de una combinación de factores genéticos, cerebrales y sociales. Entender estos elementos no implica justificar el crimen, sino avanzar hacia una mejor prevención, diagnóstico temprano y tratamiento de los factores de riesgo que podrían llevar a una persona a cometer actos extremos.