Cardenales mexicanos Carlos Aguiar y Francisco Robles participarán en el cónclave que elegirá al sucesor del papa Francisco
Los cardenales mexicanos Carlos Aguiar Retes y Francisco Robles Ortega formarán parte del cónclave que se reunirá en los próximos días en la Capilla Sixtina para elegir al sucesor del papa Francisco, quien falleció este lunes en Roma a los 88 años.
Ambos purpurados se encuentran entre los 135 cardenales menores de 80 años que tienen derecho a voto en la elección del próximo pontífice, en el que será el cónclave más numeroso de la historia moderna de la Iglesia, superando el límite tradicional de 120 electores establecido por las normas vaticanas.
Durante su pontificado, Jorge Mario Bergoglio transformó la composición del Colegio Cardenalicio, dándole un perfil más global y menos eurocentrista. De los 135 cardenales electores, 110 fueron nombrados directamente por Francisco, lo que refleja su intención de diversificar la representación geográfica de la Iglesia. Países como Mongolia, Lesoto, Tonga, Irán, Albania y Timor Oriental —que antes no tenían presencia en este proceso— ahora estarán representados.
Aunque Europa sigue siendo el continente con mayor número de electores (55), su peso ha disminuido considerablemente en comparación con el cónclave de 2013. En contraste, América Latina contará con 24 cardenales votantes, incluidos los dos mexicanos. África y Asia también han aumentado su presencia, con 18 y 25 electores respectivamente.
Francisco Robles Ortega, arzobispo de Guadalajara, y Carlos Aguiar Retes, arzobispo primado de México, son figuras clave de la Iglesia en el país y han tenido una relación cercana con el pontífice argentino, quien los mantuvo activos en diversas tareas pastorales y eclesiásticas.
En América Latina también participarán cardenales de Cuba, Guatemala, Nicaragua, Argentina, Brasil, Chile, Ecuador, Paraguay, Perú y Uruguay, lo que consolida al continente como una región con peso creciente dentro del Vaticano.
La elección del nuevo papa se da en un contexto de gran expectativa sobre la posible continuidad —o ruptura— con el legado reformista de Francisco, quien, más allá de los números, dejó una huella en el rediseño de la geopolítica eclesial y en la apuesta por una Iglesia más inclusiva, cercana a los márgenes y abierta al diálogo con el mundo.