El próximo papa enfrentará una crisis económica: caen las donaciones a la Iglesia y se anticipa una revisión del gasto
La séptima congregación general de cardenales —encuentros preparativos para el cónclave que elegirá al próximo pontífice— puso sobre la mesa uno de los desafíos más urgentes para el futuro papa: la delicada situación financiera de la Santa Sede.
Durante la sesión matutina, a la que asistieron 181 cardenales (124 con derecho a voto), se debatieron los “problemas” y “desafíos” económicos que enfrenta el Vaticano, informó el portavoz Matteo Bruni. Participaron en el análisis figuras clave de la administración financiera de la Iglesia: el cardenal Reinhard Marx, coordinador del Consejo para la Economía; el cardenal Kevin Joseph Farrell, responsable del Comité de Inversiones; y el cardenal Christoph Schoenborn, presidente de la Comisión de Supervisión del IOR, el banco vaticano.
También intervinieron el presidente emérito del Gobierno del Estado Vaticano, Fernando Vergez Alzaga, y el cardenal Konrad Krajewski, al frente del Dicasterio para la Caridad, subrayando la preocupación por la disminución de los ingresos.
En la segunda parte del encuentro, además de los asuntos económicos, los cardenales abordaron temas como la “eclesiología del Pueblo de Dios” y lamentaron la creciente polarización dentro de la Iglesia y en la sociedad, considerada una “herida” por varios participantes.
El pontificado de Francisco impulsó una serie de reformas para lograr mayor transparencia en las finanzas vaticanas, especialmente en el Instituto para las Obras de Religión (IOR). No obstante, el próximo papa tendrá que avanzar más allá: se anticipa una verdadera revisión del gasto ante la caída constante de donaciones, la principal fuente de ingresos del Vaticano.
Según cifras filtradas por el diario La Repubblica, el déficit operativo de la Santa Sede en 2023 fue de 83 millones de euros, cinco más que el año anterior, y podría aumentar en los próximos años. La falta de publicación oficial de cuentas desde 2022 refuerza las críticas sobre la necesidad de transparencia.
En una carta enviada en septiembre pasado al Colegio Cardenalicio, el papa Francisco instó a sus miembros a apoyar las reformas de la Curia y a redoblar los esfuerzos para reducir el déficit. “Los recursos económicos al servicio de la misión de la Iglesia son limitados y deben ser gestionados con rigor y seriedad”, escribió entonces.
Las donaciones canalizadas a través del Óbolo de San Pedro —una de las vías más representativas de ayuda de los fieles al papa— ascendieron en 2023 a 48.4 millones de euros, una ligera alza frente a los 43.5 millones de 2022. Sin embargo, los gastos cubiertos con estos fondos superaron los 90 millones, lo que obligó a usar reservas para cubrir el déficit de los distintos organismos de la Curia Romana.
Además de los ingresos por donaciones, el Vaticano depende de su patrimonio inmobiliario y de los Museos Vaticanos, pero, sin impuestos ni política monetaria propia, su margen de maniobra financiera es estrecho. La sostenibilidad de sus estructuras administrativas dependerá en gran medida de las decisiones que tome el nuevo papa en materia de austeridad y reforma económica.
¿Podrá el próximo pontífice equilibrar las finanzas sin sacrificar la acción pastoral y caritativa de la Iglesia? Esa es una de las preguntas clave que pesa sobre el cónclave que se avecina.