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Migrantes varados en la Ciudad de México enfrentan una Navidad de espera y desesperanza

Para miles de migrantes varados en la Ciudad de México, la Nochebuena es una noche más de espera, marcada por la incertidumbre y la lejanía de sus hogares. Muchos de ellos, que llegaron con la esperanza de realizar su trámite migratorio y continuar su peregrinar rumbo a Estados Unidos, se encuentran atrapados en campamentos improvisados, como el instalado en la Plaza de la Soledad, en la zona de La Merced, donde la Navidad no trae consigo alegría, sino un profundo sentimiento de desesperanza.

Jenny Urbino, originaria de Honduras, no puede evitar la tristeza al recordar que hace un año pasó Navidad con su familia. Este año, por primera vez, no estará con sus hijos, que tienen entre 13 y 25 años. Tras intentar contener las lágrimas, expresa: “Aquí a uno le da mucha depresión. Es difícil”. Sus hijos mayores la animan a seguir, pero el más pequeño le ruega que regrese a casa. “Me dice que vuelva, que le hago falta, pero yo estoy en este viaje para darles un mejor futuro”, relata Jenny, quien se muestra resignada al recordar que para ella, esta Navidad ya no tiene sentido. “No tengo ganas de celebrar nada”.

Rosa Castillo, migrante venezolana, pasa esta Navidad lejos de su país y de uno de sus hijos. “Es horrible; mi familia está en Venezuela y yo acá sola con dos hijos”, comenta. A pesar de la separación, se consuela con su fe, aunque reconoce que no es lo mismo estar con la familia. Su rutina diaria la lleva a descansar temprano, en una casa de madera que alberga lo poco que posee: un colchón viejo, algunas mudas de ropa, un sombrero, un par de peluches y una pequeña mesa.

Blanca Azucena, otra hondureña, también recuerda con nostalgia su última Navidad en su tierra, cuando pudo disfrutar de la compañía de sus hijos pequeños. “La pasamos felices, salimos a comer, a comprar ropa. Pero ya estoy lejos, es la primera Navidad que paso sin mis hijos, sin mi madre, sin mi familia”, lamenta. Esta Navidad, se encontrará en una carpa, ajena a las festividades.

Luis Alejandro Castillo, migrante venezolano, también ha pasado varias Navidades fuera de su país. El año pasado, estuvo montado en el tren “La Bestia” junto a su esposa e hijos, una experiencia difícil que no ha dejado atrás. Actualmente, lleva nueve meses en el campamento de La Merced, donde coordina las labores de limpieza y trata de mejorar las condiciones del lugar, a pesar de los constantes reclamos de los vecinos y los robos de personas en situación de calle.

“Muchos sí tienen para hacer su fiesta, pero yo debía un dinero, estoy pagando. Le prestaron 14 mil dólares que esperaba ya haber pagado”, comenta Luis Alejandro, quien se gana la vida vendiendo empanadas venezolanas en su puesto. De sus ingresos diarios, alrededor de 200 pesos son para comida, y 100 para intentar saldar su deuda.

Alexa, una mujer trans originaria de Honduras, lleva ocho meses en la Ciudad de México y, como muchos otros, prefiere no festejar esta Navidad. Su objetivo es obtener una cita mediante la aplicación CBP One para poder continuar su viaje hacia la frontera norte. “Si consigo una cita, saldré al día siguiente, por lo que prefiero no celebrar”, señala.

Además de migrantes, el campamento también alberga a mexicanos en situación de calle que buscan unirse a algún grupo para cruzar a Estados Unidos. Lupita, quien dejó su hogar por problemas familiares, vive junto a sus hijos en una estructura improvisada con madera, láminas y propaganda electoral. A pesar de las difíciles condiciones, ha adornado su hogar con un pequeño árbol de Navidad, en un intento por darle un toque festivo a la situación.

Para estos migrantes, la Navidad es un recordatorio doloroso de lo lejos que están de sus seres queridos y de las dificultades que enfrentan en su viaje en busca de una vida mejor. Mientras muchos en el mundo celebran, ellos siguen esperando, con la esperanza de que algún día podrán reunirse con sus familias y encontrar la estabilidad que tanto anhelan.